1.11.12

helnwein en méxico





Gottfried Helnwein (Viena, 1948) reúne 36 obras + 15 fotografías en la muestra retrospectiva Fe, esperanza y caridad, que se presenta actualmente en el Museo Nacional de San Carlos, en la Ciudad de México. De primera intención, las imágenes impactan por su hiperrealismo. Los visitantes dudan, se distancian para mirar desde una perspectiva más abierta los lienzos en formatos grandes. Pero después regresan y observan detalles minuciosos en la aplicación del color, el difuminado, las texturas. El crimen. No lo pueden creer.  
 

INFANCIA Y MUERTE: BIENVENIDAS
La sala inaugural abre el recorrido con Las siete virtudes de Pieter de Kempener, pintura del acervo del Museo San Carlos, que «ha sido seleccionada por el artista para tender el puente y crear el diálogo entre las piezas que expone y esta obra maestra del manierismo», según explica en el texto de sala Susan Crowley, curadora de la exposición.
Conceptualmente, Helnwein se ocupa de las tres virtudes teologales e introduce las cuatro cardinales —prudencia, justicia, fortaleza y templanza—a través de esta obra realizada alrededor de 1505-1580. No es el único vínculo que establece con la tradición. A menudo, su trabajo expresa una dialéctica entre el despliegue técnico y la subversión a los valores de la pintura clásica. Estrategia que recuerda a la del director austriaco Michel Haneke, quien acostumbra poner el dedo en la llaga de forma subrepticia. En El listón blanco (2009), por ejemplo, retrata a un grupo de niños sometidos por sus padres que veinte años después serán los principales actores de la Segunda Guerra Mundial, apenas sugiriéndolo con cintas en el brazo. Aquí los colores juegan una función necesaria. Helnwein recurre también al blanco, al rojo, a los tonos fríos, y al miedo.

De esa generación nazi, educada bajo el protestantismo alemán puro y duro, se origina una reflexión acerca de la violencia que surge durante los conflictos bélicos y las atmósferas de profunda ambigüedad moral. Nada más conveniente y mejor contextualizado en un país como México. «En un niño lo ético está intacto, por eso me parece que son sagrados —explica Helnwein. Pero también son vulnerables e indefensos, y parece que los adultos, mediante sus moralismos y su modo de entender la justicia, tienden a traicionar la confianza que los niños han depositado en ellos.»

EXTRAÑA QUIETUD
Así pues, cada pieza incluye su propio comentario crítico. Las niñas mantienen los ojos cerrados (Cabeza de niña III, 2001) o sangran despertando de una pesadilla, con la cabeza vendada y púrpura o el pecho salpicado de sangre —El murmullo de los inocentes 8, 2010, y Los desastres de la guerra 28, 2011. En ocasiones miran fijamente hacia un punto externo a la tela y nos observan volviéndonos testigos de algo —el caso de Cabeza de niña 14 (Anna), 2012, donde una pequeña recostada nos enseña parte de su rostro y un ojo azul aguamarina, y todo parece tranquilo, vacunado con una extraña quietud. Otras veces, a falta de sangre y heridas, contemplamos caras de una palidez sospechosa (El murmullo de los inocentes I, 2008). 

Mediante un segundo hilo conductor Helnwein repasa, con una gama cromática que remite a las fotografías negro-azulosas de los años cuarenta, varios fenómenos vinculados al ejército nazi, y los fusiona con la imaginería cristiana. Como en Epifanía I (La adoración de los magos 2), 2010, donde el Niño Jesús es inspeccionado por un grupo de militares. De ahí se desprende una subtrama protagonizada por Mickey Mouse y el Pato Donald, dos íconos pop que pierden naturalidad al ser recontextualizados en ambientes turbios —Anunciación (Ratón 12), 2010.  A la desdicha, el pintor añade una saludable dosis de humor e ironía catártica. «El mundo es una casa embrujada, y Helnwein es nuestro guía a través de ella», anota Sean Penn. ¿Alguien quiere un helado?

El viaje continúa con un documental de Claudia Schmid, Helnwein–The Silence of Innocence, varios dibujos «que van desde el realismo crudo hasta el expresionismo brutal» y una extraordinaria coreografía compuesta por niñas levitando con el rostro vendado sobre fondo rojo en Los sueños infantiles 7, 2012. Después vienen dos series fotográficas famosas, realizadas para artistas de la escena rockera: Marilyn Manson posa en The Golden Age, 2003, y los músicos de Rammstein se colocan artefactos de tortura en el rostro para Sehnsucht, 1997. Por último, los visitantes podrán generar conclusiones propias dentro del Espacio de Reflexión que, a manera de mea culpa, se reservó al final del recorrido. Pasar por aquí no es estrictamente necesario.
 
+ HELNWEIN
Fe, esperanza y caridad es una de las 3 exposiciones que Helnwein presenta en México por estas fechas. La Galería Hilario Galguera exhibe otra dosis de violencia congelada en El canto de la aurora; el monumento a la Revolución Mexicana alberga Santos Inocentes–Una mirada de Helnwein a México, y en la Plaza de la República fueron instaladas algunas fotografías de la misma serie, en las que Helnwein regionalizó su propuesta con niñas mexicanas y elementos prehispánicos. Vayan, vean, sangren: sean niños otra vez.

 
Publicado originalmente en La Semana de Frente [01.12.2012]