3.6.13

querido lovecraft


Michel Houellebecq analiza las raíces del horror cósmico.

A finales de los 80’s, antes del éxito de Las partículas elementales —uno de los libros clave para entender qué pasó con la generación del 68 en Europa—, Houellebecq escribe el ensayo biográfico H. P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida. Y abre el primer capítulo con la siguiente declaración de guerra: La vida es dolorosa y decepcionante. La tesis principal de sus libros posteriores aparece ya aquí, vivita y coleando. Su modus operandi se divisa. Houellebecq disfruta modelar en barro la imagen de seres marginales y encantadoramente misántropos. Como Bruno, Michel y la pléyade fracasada de Las partículas elementales

Lovecraft fue un antisocial, un freak. Dejó una obra vasta, plagada de monstruos pesadillescos que actúan dentro de un ciclo de horror materialista, en círculos concéntricos, hasta llegar a la Maldad Innombrable. Se casó una sola vez, y fracasó. Pasó una breve temporada en Nueva York y no consiguió vivir de la literatura. Se divorció, quizá destinado a escribir sus grandes textos. Racista, aristócrata, refinado, culto; le fue bastante mal. Houellebecq lo reivindica. Una sola diferencia: éste goza de fama, dinero y una reputación indiscutible como enfant terrible. Lovecraft, no.

“Lovecraft sabe que no tiene nada que ver con este mundo. Y siempre sale perdiendo. Tanto en la teoría como en la práctica. Ha perdido la infancia, también ha perdido la fe. El mundo le asquea, y no ve motivo alguno para suponer que las cosas pudieran ser de otro modo si mirase con más atención. (…) Pocos se han sentido tan impregnados como él, tan cansados hasta los tuétanos por la nada absoluta de cualquier aspiración humana. El universo no es más que una furtiva disposición de partículas elementales. Una figura de transición hacia el caos. Que terminará arrastrándolo consigo. La raza humana desaparecerá. Aparecerán otras razas, que desaparecerán a su vez. Los cielos serán glaciales y estarán vacíos; los atravesará la débil luz de estrellas medio muertas. Que también desaparecerán. Todo desaparecerá. Y los actos humanos son tan libres y están tan desprovistos de sentido como los libres movimientos de las partículas elementales. ¿El bien, el mal, la moral, los sentimientos? Meras «ficciones victorianas». Sólo existe el egoísmo. Frío, intacto y resplandeciente. (…) Es obvio que la vida no tiene sentido. Pero tampoco la muerte. Y es una de las cosas que hielan la sangre cuando uno descubre el universo de Lovecraft.“

La ventaja de este siglo es el cinismo. Si Lovecraft hubiese redactado los mitos de Cthulhu en París bajo la identidad de Houellebecq, la suerte no le habría dado la espalda. Hoy está permitido regodearse en el malestar occidental porque es un lugar común. Si gritamos “¡El mundo apesta, la vida es decepcionante!”, recibiremos aplausos. Houellebecq, en representación de Lovecraft, hoy baila con el diablo. “Es fácil darse cuenta de la razón por la que la lectura de Lovecraft constituye un paradójico consuelo para las almas cansadas de la vida. De hecho, podemos aconsejársela a todos aquellos que, por un motivo u otro, llegan a sentir una auténtica aversión por la vida en todas sus formas. En algunos casos, el colapso nervioso que provoca una primera lectura es considerable. Uno sonríe solo, empieza a tararear melodías de opereta. En resumen, la mirada que dirige a la vida se modifica.”

H. P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida consta de tres secciones que articulan los principales acontecimientos biológicos y artísticos del escritor nacido en Providence, Rhode Island, y muerto en el mismo lugar (1890-1937). El libro dura lo que un coito: demasiado bueno, demasiado breve, demasiado disfrutable. Ni siquiera sabes porqué tiene que llegar a su fin. Te enteras que Lovecraft mantuvo correspondencia con amigos por años y que en un principio escribía para deleite propio. Que su único gran amor fue Sonia Haft Greene, con la que vivió dos años en Brooklyn (ciudad que marca su escritura de modo irreversible) antes de regresar a casa de Lillian Clark, la mayor de sus tías, y divorciarse tres años más tarde (“Pobre Lovecraft, pobre Sonia”, escribe Houellebecq). Los llamados “grandes textos” son ocho, escritos entre 1926 y 1934: La llamada de Cthulhu, El color surgido del espacio, El horror de Dunwich, El susurrador en la oscuridad, En las montañas de la locura, Los sueños de la casa de la bruja, La sombra sobre Innsmouth y En la noche de los tiempos. En éstos, aplica el vocabulario científico con fines poéticos, la fisiología animal, la nomenclatura de la paleontología y la terminología lingüística, precisión quirúrgica para decir lo innombrable, para nombrar el odio. Houellebecq afirma que en sus relatos Lovecraft manifiesta una aversión categórica por el dinero y el sexo, y ninguno de esos factores inquieta a sus personajes, que suelen pasmarse frente a la inmensidad del terror cósmico.

“Toda gran pasión, ya se trate de amor o de odio, termina produciendo una obra auténtica. Podemos lamentarlo, pero hay que reconocerlo: Lovecraft se sitúa más bien del lado del odio; del odio y del miedo. El universo, que intelectualmente se concibe como indiferente, se vuelve estéticamente hostil. (…) Su obra de madurez siguió siendo fiel a la postración física de su juventud, transfigurándola. Ahí radica el secreto profundo del genio de Lovecraft, ahí nace el límpido manantial de su poesía: logró transformar su asco por la vida en una hostilidad activa.”

Lo interesante de las conclusiones del francés viene de su inversión de la estética lovecraftiana en sus futuras obras de ficción: auténticos infiernos en la Tierra, donde el dinero y el sexo determinan la conducta de los hombres, donde nadie es hombre, sino una especie en peligro de extinción que repta incesantemente por un poco de cariño, de empatía, de afecto. Donde el afecto se otorga bajo condiciones lastimeras, de profunda humillación y autohumillación emocional. Donde la única salida es el exterminio de la especie humana mediante la manipulación genética para construir seres desprovistos de órganos sexuales y lisiados emocionalmente.

Casualidades míticas. “Del mismo modo que Kant desea establecer los fundamentos de una moral válida, «no sólo para el hombre, sino para cualquier criatura racional», Lovecraft desea crear un universo fantástico capaz de aterrorizar a cualquier cristiano dotado de razón. Por otra parte, los dos hombres tienen otros puntos en común; además de su delgadez y su afición a los dulces, podemos señalar la sospecha que pesaba sobre ambos de no ser del todo humanos. Sea como fuere, el «solitario de Königsberg» y el «recluso de Providence» se dan la mano en su voluntad heroica y paradójica de pasar por alto a la humanidad.“

En conclusión, Houellebecq aprecia el ataque frontal. Sus novelas y ensayos no cesan de repetirnos “Sí: la vida es dolorosa y decepcionante, es un fracaso, un gran error.” Hagámonos budistas.


H. P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida
Michel Houellebecq
Siruela, 2006