22.10.14

TRES CERILLOS


[Texto de sala de la exposición tú eres tu casa, yo soy la mía, de vanessa rivero en el museo de la ciudad de mérida]
 
tres cerillos

[1] Sobre los espacios de quietud y angustia
A partir del análisis del espacio físico, entramos a un territorio en el que son irreconocibles las huellas corporales de una agresión, pero los vestigios de una circunstancia violenta resultan factibles. Existe pues la intuición pura de un instante: antes del grito, después del grito. Antes de la sangre, después de la sangre. Antes del golpe, después del golpe. Un enfermero nos dice: Bienvenidos.

El lugar se transforma en un escenario aún más incómodo, precisamente porque hay un deseo de perfección formal —elementos arquitectónicos de lujo y esplendor, mosaicos con patrones de simetría exuberante, impecable estilo neoclásico francés— que respalda el quietismo de la escena. Algo no marcha bien en todo esto, pero acaso únicamente podemos señalarlo mediante indicios. Los cuales, sin embargo, nunca son capaces de aclararnos qué ocurrió.  

Vivimos con esa angustia, atravesados por una quietud francamente demoledora. Como si el cadáver de David Bowie interpretara un tema al piano, pero en el infierno.


[2] La falsa amabilidad 
Lo extraño del asunto es que resulta difícil expresar en dónde radica el peligro. Porque en apariencia el espacio no tiene fisuras. Se construye un doble discurso galopante, cínico. De ahí que empecemos a mostrar una especie de falso entusiasmo en nuestras relaciones sociales. Nos han convencido de cierto estado de bienestar, de cierta idiosincrasia conveniente. Los yucatecos somos tranquilos. Bonachones. Aquí nunca pasa nada. Y de repente, asesinatos, suicidios, abusos sexuales dentro del orden familiar, a discreción. Un comportamiento implosivo. Afuera todo es perfecto, pero el núcleo está roto. Interactuamos como pequeñas sociedades de células envenenadas. Somos capaces de matar y sonreír, de odiar y obedecer. Te quiero mucho, mamá.
     
En cierta ocasión, durante mi cumpleaños número siete, recuerdo poderosamente una imagen estúpida. Uno de los niños invitados a la fiesta se abalanzó sobre mis dulces, llevándoselos casi todos, y mi padre me obligó a sonreír durante la sesión fotográfica. Abracé al niño con auténtica felicidad, mientras me restregaba los ojos enrojecidos. Luego lo asesiné.
 
[3] Los aguijones de poder
Durante cierto tiempo podemos realmente fingir que la estructura funciona. Parece perfecta y sin embargo intuimos que se romperá. Elias Canetti lo explica en Masa y poder al referirse a los aguijones que se nos insertan de forma autoritaria y que tarde o temprano depositaremos en alguien más, como un interminable círculo vicioso.

También podría ocurrir que esa dinámica se revierta hacia adentro, y de esta manera surja una masa de inversión capaz de sublevarse contra el orden establecido. Como en La cinta blanca de Michael Haneke, donde los niños ya no atacan en solitario, sino que se organizan en grupo para luchar contra un enemigo en común (lo mismo pasa en El espinazo del diablo, de Guillermo del Toro). Observen las enormes posibilidades que ofrece esta conducta. Las revoluciones surgen así. Para bien o para mal, cada uno busca llegar a una situación en que pueda liberarse de su aguijón, anota Canetti.

Vanessa Rivero construye un relato acerca de las estructuras del poder utilizando uno de sus símbolos más recurrentes: el hogar como refugio, como resguardo y fortaleza, y como —máxima paradoja— el origen de nuestros impulsos violentos. Los materiales de los cuales dispone, a modo de acotaciones físicas en superficies desfasadas, transmiten desequilibrio. La casa rota, geométricamente imperfecta, está incendiándose. El piso tiembla y nosotros, espectadores involucrados, asistimos al espectáculo de su caída.

Mantenga la calma. Esto sólo es una exposición.
 
Christian Núñez
Mérida, Yucatán. Septiembre 2014