30.6.12

FRANCES TURNER: Sórdida belleza



FRANCES TURNER: Sórdida belleza

En su poemario La piel, José Díaz Cervera hace una inteligente observación, que aplicada en otro contexto al trabajo de Frances Turner (Manchester, 1965–Wimbledon, 2003) quedaría así: «no caigas sola / cae desnuda y amputada; / cerca de ti, alrededor de ti, / sin ti.» Con apenas 38 años, la repentina muerte de la pintora inglesa a causa de una hemorragia cerebral dejó en sus compañeros la sensación de algo roto en la escena artística contemporánea. Entre tanto, circula por la red una muy completa galería de damas, caballeros y niños lisiados espiritualmente, que miran al espectador con una complicidad incómoda, desafiante, durísima. El estilo trae a la memoria las piezas de Lucian Freud, Francis Bacon y Egon Schiele, intrépidos adoradores de la carne. Frances Turner usaba el asador: carne cocida, carne medio cruda. Era una maestra gourmet.

La degeneración filtrada en situaciones aparentemente inofensivas es una maniobra que Turner usó con frecuencia. Esa cotidianeidad como desagüe a la locura nos deja inquietos. Un equivalente cinematográfico sería el filme Días perros (Hundstage, 2001) del austriaco Ulrich Seidl. Instantes banales de los ciudadanos de Viena revelan algo más que frustraciones, escarnios y egoísmos, son un escaneo del hombre posmoderno, le pasan factura al siglo XXI: un campo bélico de intangibles felicidades y milagros escurridizos. En particular, las escenas donde el cuerpo se revela arrugado, fofo, antiestético y profundamente conmovedor, son el leitmotiv de la obra visual de la inglesa. Turner pinta ensayos sobre la condición humana y el modo en que los individuos establecen relaciones, o se aíslan, le son familiares.

Sórdida belleza, exposición efectuada en el Museo Universitario del Chopo a finales del 2001, contiene un análisis de Jutta Rütz K. en el catálogo que dice lo siguiente:
«Frances Turner asimila el concepto de aislamiento –característico del ser contemporáneo de finales del siglo XX– en el lenguaje pictórico, tanto al presentar como número máximo tres personas en una imagen, como al evitar que ellas se toquen. Parece que la autora quisiera proteger la vulnerabilidad de las relaciones humanas.» El retrato psicopatológico, las conductas enfermizas y la inversión de la regla de oro parecen ser preocupaciones de toda una generación. La propia Turner dice: «Estoy preocupada por aquellos paisajes internos que describen nuestra incomodidad en el cuerpo, que se inquietan con lo que somos y cómo aparecemos frente a los otros. Los dibujos y pinturas en esta muestra hablan de transformaciones, de relaciones entre cada uno, nuestra dependencia hacia los otros y el poder que el cuerpo físico tiene para expresar lo inexpresable.»

Otras dos recomendaciones para entender los manejos del cuerpo son el curso básico de autocanibalismo En mi piel (Dans ma peau, 2002) de Marina de Van, y la enseñanza musical de La pianista (2001), adaptación que Michel Haneke hizo de la novela homónima escrita por Elfriede Jelinek. Nuevo siglo, nuevas desviaciones: las mujeres sacan a pasear a sus demonios, pierden el control, vuelven a sí mismas y plasman genuinos autos de fe. Sexualidad confusa, miedo y paranoia, sadomasoquismo, ataques de psicopatía, desencuentros magnánimos en ambientes opresivos. Job se ha vuelto mujer, y las llagas no vienen de arriba sino de adentro. La insatisfacción espiritual se ha somatizado en lepra. «Toda enfermedad puede llamarse enfermedad del alma», escribía Novalis. Estas mujeres van más lejos: «Toda enfermedad puede llamarse enfermedad del cuerpo», rectifican.

Quizá en su defensa, la propia Turner llegó a decir que «cuando se llega a la representación del cuerpo humano expresivo, el artista libra una batalla contra los prejuicios y las preconcepciones, contra la idea universal de que el cuerpo bello es el que se ve sano y joven; y que la salud y la belleza son la fuente de placer erótico. El potencial que surge de esta fijación es una paradoja cultural masiva. Ya que lo opuesto de salud y belleza es, desde luego, la enfermedad, el paso del tiempo y la inherente fragilidad de nuestro físico corruptible. Por eso al final, nos encontraremos todos excluidos del reino de lo bello en una etapa u otra.»

Si bien la pintora emplea una técnica afín a la renacentista, siguiendo a Jan van Eyck y Jerónimo el Bosco, los tiempos actuales le exigieron un hiperrealismo hiriente. Sus imágenes sacuden por verídicas: en ellas reconocemos al vecino mostrando sus genitales, a la mujer todavía enamorada del progenitor, a los flageladores, a los hermanos incestuosos. Fauna del mundo en pleno derrumbe, como Tod Browning y su séquito de freaks, Turner encuentra monstruos a plena luz del día, especimenes de imponente vigencia. Por último, unas palabras de Phillipe Comar, en The Human Body. Image and Emotion: «En la salud y en la enfermedad mientras envejecemos, nuestros cuerpos atraviesan por muchos cambios. Qué tan a menudo estas alteraciones son una fuente de ansiedad, confusión e intereses apremiantes, pueden ser medidos por la frecuencia con que la literatura y el arte los aderezan.»

Y quien visite su website póstumo entenderá mejor estas palabras.

–Christian Núñez


[Frances Turner:
1/ Outside life # 6, Óleo sobre madera 183 x 71 cm, 1988
2/ Father and Child 2, S/F]


26.6.12

más allá de la desesperanza


La salvación será inesperada o no será.  

1. La filosofía me ha enseñado a desconfiar, me ha dejado cicatrices mentales. Si algo es cierto, duda. Si la verdad existe, niégala. Si lo que estoy escribiendo tiene sentido, arroja una piedra contra el monitor. Los amantes de la sabiduría juegan a ser perfectos, a tener la razón de su lado, a mofarse del vulgo. En parte, lo reconozco, la filosofía y la vida son opuestas. En parte, lo reconozco, pensar y vivir son actividades no sólo diferentes sino contradictorias una de la otra. Se llega hasta el último razonamiento sobre la realidad, y la realidad se burla de nosotros. Confiamos en el silogismo, y el silogismo nos encarcela. Aprendemos un método para entender los hechos, y la gente, afuera, vive sin método, se divierte antifilosóficamente. Pensar, pensar en serio, aísla. Motivo por el cual los filósofos son los grandes solitarios, como si la reflexión se castigara, no con la muerte, sino con algo peor: la soledad. Te mueres, filósofo, y tus palabras pasan a la historia, tu cuerpo al cementerio, y las personas, afuera, viven antifilosóficamente. Te mueres, filósofo, y tu amor a los libros, tu amor a la ciencia, tu filantropía se reduce a un montón de huesos y cenizas, a una tumba del tamaño de tu cuerpo, inútil, estrecha, vulgar como tu cuerpo. Y lo inútil que hay en ti cobra vida. Los opuestos se unen: las cenizas, los gusanos y las letras. ¡Viva la filosofía!

2. Lo que importa es vivir. Así de simple. Nada de filosofía, si la filosofía no se aplica a lo real. ¿Quién desea el saber por el saber, a sabiendas que nunca sabrá nada? No es un juego de palabras. La filosofía tiene un límite, dictado por el sentido común, por la simple opinión. Vivir, lo que importa es vivir. No se necesita la filosofía más que para negarla, después de haberla recorrido, de haber puesto en ella nuestra fe, cándidamente. Después de tantas lecturas, lo que importa es desaprender, irse por otro camino, renunciar. Sólo al final de la desesperación se alcanza el verdadero conocimiento. Logramos calma sólo después de que lo aprendido se vuelve insignificante. La felicidad, como fin, era más fácil de lograr. No hacían falta libros. La gente puede ser feliz a cien metros de la filosofía y de las bibliotecas, de las universidades y los posgrados. Muera la filosofía.

3. Necesitaba este libro para recordar que la filosofía no cambia la vida, salvo cuando se la deja de tomar en serio. El amor la soledad, de André Comte-Sponville, reúne tres entrevistas realizadas al filósofo francés en los años 90, que se publicaron en la ya desaparecida Paroles d’ Aube, y fueron editadas nuevamente diez años más tarde por Albin Michel, en Paris, y traducidas al español por Paidós. Magnífico ejemplar, que me sigue deslumbrando tras la primera leída, la segunda o la enésima. El lenguaje sencillo y la erudición sin vanidad conquistan al lector, sea o no filósofo. Porque Comte-Sponville desmitifica el valor absoluto de esta disciplina: «El sabio es quien ya no tiene necesidad de filosofar: sus libros, si ha escrito alguno, lo cual es más bien raro, son como balsas abandonadas en la orilla… Eso es lo que muchos no aceptan y se pasan la vida reparando y retocando su pequeña balsa, con la esperanza de perfeccionarla, cosa que consiguen con frecuencia. Pero, ¿para qué, si no atraviesan el río, o si –una vez franqueado supuestamente el río– llevan durante toda su vida ese lastre? ¿A cuántos les ha llegado la hora de la muerte agotados bajo el peso de su sistema? ¡Más vale la ligereza de la vida: la liviandad de la sabiduría!»

Comte-Sponville habla de la experiencia de ciertos momentos cargados de «una sencillez maravillosa y plena», en los que tiene lugar «la abolición del discurso, del pensamiento, de lo “mental”: es lo que yo llamo el silencio, que es como un vacío interior, por así decirlo, pero a cuyo lado son nuestros discursos los que suenan a hueco. (…) El silencio y la eternidad van siempre juntos: nada que decir, nada que esperar, puesto que todo está ahí.»

La cita me recuerda al filme Las estaciones de la vida (Kim Ki-duk, 2003), en la que un monje se cubre con papel los ojos y la boca (con la leyenda silencio) y le prende fuego a su balsa. En varias ocasiones a lo largo de la primera entrevista del libro (titulada precisamente Más allá de la desesperanza), Comte-Sponville alude a Buda, aunque no insinúa acercamientos religiosos ni, mucho menos, el recurso del fuego. Habla de la soledad, de cómo la soledad es diferente al aislamiento y la considera «un nombre distinto para el esfuerzo de existir». Y amplía esta afirmación: «Así pues, la soledad no es el rechazo del otro, por el contrario, aceptar al otro es aceptarlo como otro (¡y no como un apéndice, un instrumento o un objeto de sí mismo!), y en este sentido, el amor, en su esencia, es soledad. (…) El amor no es lo contrario de la soledad: es la soledad compartida, habitada, iluminada –y a veces ensombrecida– por la soledad del otro. El amor es soledad, siempre, y no porque toda soledad sea amorosa, faltaría más, sino porque todo amor es solitario. Nadie puede amar en nuestro lugar, ni en nosotros, ni como si fuera nosotros. Ese desierto, en torno de sí mismo o del objeto amado, es el amor mismo.»

El intelectual francés hábilmente moldea la faz negativa de algunas nociones, entre ellas la de desesperanza, tan llevada y traída por el existencialismo, y aunque no ofrece la panacea universal reflexiona con sensatez. Ni enaltece lo sórdido ni se burla de lo humanamente posible. Incluso propone:

«Solamente diré esto: ¡que no tenemos dicha alguna, bien al contrario, más que en esos momentos de gracia en que no esperamos nada, que nuestra dicha es proporcional a la desesperanza que somos capaces de soportar! Sí: porque la dicha sigue siendo nuestro objetivo, por supuesto, y eso quiere decir que no llegaremos a alcanzarla si no es con la condición de renunciar a ella. Ya lo decía yo en mis comienzos, me refiero a la introducción del Mythe d’ Icare: la salvación será inesperada o no será. Porque la vida es siempre decepcionante y porque no puede librarse uno de la decepción si no es librándose primero de la esperanza. Porque nuestros sueños nos separan de la dicha en el movimiento mismo por el que tienden hacia ella. Porque nuestros deseos están muy lejos de ser satisfechos o, cuando lo son, muy lejos de satisfacernos. Porque, de hecho, sólo un Dios podría salvarnos, pero no hay Dios, ni hay salvación. Porque se muere. Porque se sufre. Porque se siente miedo por los hijos. Porque no se sabe amar sin temer… Ésa es la gran lección de Buda: toda vida es dolor, y si podemos liberarnos de él, como él mismo señala, sólo es a condición de renunciar a nuestras esperanzas.»

4. ¿Y entonces? La filosofía, como dije antes, me ha enseñado a desconfiar. Entregado a ciertas búsquedas, leí los poderosos tratados de sus discípulos para orientarme. Pensé que adquiriría con ellos las respuestas y no era más que palabrería, vanas palabras, libros con ideas y conceptos incapaces de sustituir la experiencia vital. Y luego me cruzo con algo tan sencillo que siento un golpe bajo a mi orgullo. «Si el mundo y la vida parecen absurdos es porque no responden a nuestras esperanza. El absurdo desaparece para quien ha dejado de esperar: no queda más que lo real, la absoluta y simplicísima positividad de lo real.»

Comte-Sponville agita el entendimiento como si sus ideas nos despertaran de un sueño dogmático. Libre de teorías, libre de erudiciones presuntuosas, revela nuestros errores como si platicáramos con él sentados en una mesa. El amor la soledad brinda una gran lección: «Se trata de aprender a desprenderse o, como decía Spinoza, de hacerte “menos dependiente” de la esperanza y del temor… Naturalmente, esto jamás se termina por completo, por lo que nadie es sabio en toda la extensión de la palabra. Pero la sabiduría está ya en el camino que conduce a ella. En una palabra, se trata de vivir, en lugar de esperar vivir.» Y concluye: «¿Qué es la filosofía? Es aprender a vivir y, si es posible, ¡antes de que sea demasiado tarde!»

¿Y por qué no intentarlo?

El amor la soledad
André Comte-Sponville
Paidós, 2001


25.6.12

César Moro: Los labios de la bestia



CÉSAR MORO: Los labios de la bestia
 
Alfredo Quíspez Asín (1903-1956), nombre verdadero de César Moro, escribió Antonio es Dios a modo de exaltación amorosa. Yo lo leí en Efecto invernadero, una novela de Mario Bellatin inspirada en la vida del poeta y pintor surrealista. Nacido en Perú y radicado en Francia por algunos años, Moro produjo trabajos importantes bajo la estética del grupo que André Breton coordinaba y en Lima realizó, junto con Emilio Adolfo Westphalen, una serie de acciones significativas. Sucede a menudo que la poesía de un autor como éste no llegue con facilidad a Yucatán, y los sitios de Internet, suficientes para formar un dossier grueso, reproducen tenazmente los mismos contenidos. Tan sólo en quince minutos de cut & paste, se consiguen unas 50 páginas de trabajos duplicados y reduplicados, traducciones del francés al español y ensayos en pdf. Dejándome llevar por el ímpetu de la velocidad, junté una montaña de poemas. Reproduzco los mejores, los que no se alargan demasiado, los que de una sola leída me parecieron sorprendentes.

Bellatin menciona en Underwood portátil. Modelo 1915, y las minúsculas de la cita le pertenecen, que: «en (…) efecto invernadero, había trabajado, basándome en la vida y muerte de un poeta, césar moro, las relaciones que pueden establecerse entre belleza y muerte. En menos de ochenta páginas se debía asistir al retrato de un artista cuya vida transcurre bajo el sino de la tiranía de una madre que, en apariencia, muestra ante los demás una bondad absoluta. Eso, aunado a la oscura situación en medio de la cual había sido engendrado, debían ser capaces de crear una especie de atmósfera apropiada para que el protagonista, de nombre Antonio como uno de los personajes del poeta césar moro, tratara de establecer en su vida una estética y una moral propias, en que se demostrara que la belleza y la muerte debían ser las guías para todo ser humano superior.»

José Miguel Oviedo, en 1977, escribe en el número 5 de Inti, Revista de Literatura Hispánica: «Hablar de la poesía de Moro implica la cuestión del surrealismo, de la relación entre la doctrina y las disidencias, del complejo tránsito que desplaza los estilos entre Europa y América; con una complicación adicional en este caso: la mayor porción de su obra cae fuera del ámbito de la “literatura hispanoamericana” pues fue escrita en francés. Decisión significativa y radical: al optar por la “lengua materna” del surrealismo, Moro optó por una poética, una cultura y hasta por una patria espiritual internacionales. Sus detractores podían aludir despectivamente a él como un “poeta extranjero”, pero un error no menos grave puede ser el de seguir hablando de un “surrealismo peruano” a la cabeza del cual se coloca a Moro: el poeta no “aclimató” nada, vivió una experiencia humana singular que sólo tangencialmente tiene que ver con la literatura y menos con la literatura peruana. Su gesto tiene el absolutismo de la santidad, el crimen o la locura; participó de una gran mística, quizá la última de su tipo en el siglo XX, y esa adhesión no admite las limitaciones y parcelaciones —nacionales, de género, de cánones— con las que habitualmente se definen los fenómenos literarios. Mejor aún: la presencia de Moro supone la negación de aquéllas. Tiene razón el título de uno de sus poemas: la vida escandalosa de César Moro.»

Antonio es Dios, una estupenda sucesión de hipérboles, va dirigido a un oficial mexicano. El 18 de junio de 1939, más o menos por esa época, Moro compone una carta fervorosa al mismo destinatario. Al conjunto añadimos dos textos de La tortuga ecuestre y otros poemas (1958), libro publicado en forma póstuma gracias a la iniciativa de André Coyné, albacea literario del autor. En una entrevista al diario La República, Coyné declara que «Moro tuvo muchos amores ocasionales en Lima, y algunos duraron más. Cuando llegué aquí tuvo amores conmigo. Creo que he sido el único de su mundo que llegó a ser su amante, porque él buscaba más bien gente del pueblo, sobre todo uniformados, militares.» Ahora pasemos a lo verdaderamente insólito.

–Christian Núñez
***
ANTONIO es Dios
ANTONIO es el Sol
ANTONIO puede destruir el mundo en un instante
ANTONIO hace caer la lluvia
ANTONIO puede hacer oscuro el día o luminosa la noche
ANTONIO es el origen de la Vía Láctea
ANTONIO tiene pies de constelaciones
ANTONIO tiene aliento de estrella fugaz y de noche oscura
ANTONIO es el nombre genérico de los cuerpos celestes
ANTONIO es una planta carnívora con ojos de diamante
ANTONIO puede crear continentes si escupe sobre el mar
ANTONIO hace dormir el mundo cuando cierra los ojos
ANTONIO es una montaña transparente
ANTONIO es la caída de las hojas y el nacimiento del día
ANTONIO es el nombre escrito con letras de fuego sobre todos los planetas
ANTONIO es el Diluvio
ANTONIO es la época Megalítica del Mundo
ANTONIO es el fuego interno de la Tierra
ANTONIO es el corazón del mineral desconocido
ANTONIO fecunda las estrellas
ANTONIO es el Faraón el Emperador el Inca
ANTONIO nace de la Noche
ANTONIO es venerado por los astros
ANTONIO es más bello que los colosos de Memmón en Tebas
ANTONIO es siete veces más grande que el Coloso de Rodas
ANTONIO ocupa toda la historia del mundo
ANTONIO sobrepasa en majestad el espectáculo grandioso del mar enfurecido
ANTONIO es toda la Dinastía de los Ptolomeos
México crece alrededor de ANTONIO
***  

Carta a Antonio
Te quiero con tu gran crueldad, porque apareces en medio
de mi sueño y me levantas y como un dios, como un auténtico dios,
como el único y verdadero, con la injusticia de los dioses, todo negro dios nocturno, todo de obsidiana con tu cabeza de diamante, como un potro salvaje, con tus manos salvajes y tus pies de oro que sostienen tu cuerpo negro, me arrastras y me arrojas al mar de las torturas y de las suposiciones.
Nada existe fuera de ti, sólo el silencio y el espacio. Pero tú eres
el espacio y la noche, el aire y el agua que bebo, el silencioso veneno y el volcán en cuyo abismo caí hace tiempo, hace siglos, desde antes de nacer, para que de los cabellos me arrastres hasta mi muerte.
Inútilmente me debato, inútilmente pregunto. Los dioses son mudos;
como un muro que se aleja, así respondes a mis preguntas, a la sed
quemante de mi vida.
¿Para qué resistir a tu poder? Para qué luchar con tu fuerza de
rayo, contra tus brazos de torrente; si así ha de ser, si eres el punto,
el polo que imanta mi vida.
Tu historia es la historia del hombre. El gran drama en que mi existencia es el zarzal ardiendo, el objeto de tu venganza cósmica, de tu rencor de acero.
Todo sexo y todo fuego, así eres. Todo hielo y todo sombra, así eres:
hermoso demonio de la noche, tigre implacable de testículos de estrella,
gran tigre negro de semen inagotable de nubes inundando el mundo.
Guárdame junto a ti, cerca de tu ombligo en que principia el aire;
cerca de tus axilas donde se acaba el aire. Cerca de tus pies y cerca de
tus manos. Guárdame junto a ti.
Seré tu sombra y el agua de tu sed, con ojos; en tu sueño seré aquel
punto luminoso que se agranda y lo convierte todo en lumbre; en tu
lecho al dormir oirás como un murmullo y un calor a tus pies se anudará
e irá subiendo y lentamente se apoderará de tus miembros y un gran descanso tomará tu cuerpo y al extender tu mano sentirás un cuerpo extraño, helado: seré yo. Me llevas en tu sangre y en tu aliento, nada podrá borrarme.
Es inútil tu fuerza para ahuyentarme, tu rabia es menos fuerte
que mi amor; ya tú y yo unidos para siempre, a pesar tuyo, vamos juntos.
En el placer que tomas lejos de mí hay un sollozo y tu nombre.
Frente a tus ojos el fuego inextinguible.
*** 

El mundo ilustrado  
Igual que tu ventana que no existe
Como una sombra de mano en un instrumento fantasma
Igual que las venas y el recorrido intenso de tu sangre
Con la misma igualdad con la continuidad preciosa que
me asegura idealmente tu existencia
A una distancia
A la distancia
A pesar de la distancia
Con tu frente y tu rostro
Y toda tu presencia sin cerrar los ojos
Y el paisaje que brota de tu presencia cuando la ciudad no
era no podía ser sino el reflejo inútil de tu presencia de hecatombe
Para mejor mojar las plumas de las aves
Cae esta lluvia de muy alto
Y me encierra dentro de ti a mí solo
Dentro y lejos de ti
Como un camino que se pierde en otro continente
***  

El fuego y la poesía / IV

El agua lenta el camino lento los accidentes lentos
Una caída suspendida en el aire el viento lento
El paso lento del tiempo lento
La noche no termina y el amor se hace lento
Las piernas se cruzan y se anudan lentas para echar raíces
La cabeza cae los brazos se levantan
El cielo de la cama la sombra cae lenta
Tu cuerpo moreno como una catarata cae lento
En el abismo
Giramos lentamente por el aire caliente del cuarto caldeado
Las mariposas nocturnas parecen grandes carneros
Ahora sería fácil destrozarnos lentamente
Arrancarnos los miembros beber la sangre lentamente
Tu cabeza gira tus piernas me envuelven
Tus axilas brillan en la noche con todos sus pelos
Tus piernas desnudas
En el ángulo preciso
El olor de tus piernas
La lentitud de percepción
El alcohol lentamente me levanta
El alcohol que brota de tus ojos y que más tarde
Hará crecer tu sombra
Mesándome el cabello lentamente subo
Hasta tus labios de bestia.
  [Imagen: Bear Trap, Luke Chue]


24.6.12

HUIDOBRO: Esperar en silencio



 HUIDOBRO: Esperar en silencio

Nacido en Chile en 1893, Vicente Huidobro se conviritió en uno de los mayores poetas de Hispanoamérica en la primera mitad del siglo XX; Altazor o el viaje en paracaídas lo constata. Sus hijos escribieron cuando él murió un hermoso epílogo: «Aquí yace el poeta Vicente Huidobro / Abrid la tumba / Al fondo de esta tumba se ve el mar.» El texto siguiente lo atesoro desde los 17 años gracias a un hallazgo fortuito; enseguida me cautivó la extrañeza del lenguaje, muy vanguardista, entre bíblico y botánico. Además del conocido verso «El poeta es un pequeño Dios», Huidobro resumió su estética en el diario El Mercurio, de Santiago, el 31 de agosto de 1919: «Queremos hacer un arte que no imite ni traduzca la realidad; deseamos elaborar un poema que tornando de la vida sólo lo esencial, aquello de que no podemos prescindir, nos presente un conjunto lírico independiente que desprenda como resultado una emoción poética pura. Nuestra divisa fue un grito de guerra contra la anécdota y la descripción, esos dos elementos extraños a toda poesía pura y que durante tantos siglos han mantenido el poema atado a la tierra. En mi modo de ver, el "creacionismo" es la poesía misma; algo que no tiene por finalidad, ni narrar ni describir las cosas de la vida, sino hacer una totalidad lírica independiente en absoluto. Es decir, ella misma es su propia finalidad. En general, los poetas de todas las épocas han hecho imitaciones o interpretaciones más o menos fieles de la vida real. Yo creo, y esto es fácil concederlo, que una obra de arte mientras mejor imitada o interpretada esté será menos creada.» ¿Qué opinan, señores?

–Christian Núñez
 
LA POESÍA ES UN ATENTADO CELESTE 
Yo estoy ausente, pero en el fondo de esta ausencia
Hay la espera de mí mismo
Y esta espera es otro modo de presencia
La espera de mi retorno
Yo estoy en otros objetos
Ando de viaje dando un poco de mi vida
A ciertos árboles y a ciertas piedras
Que me han esperado muchos años.

Se cansaron de esperarme y se sentaron.

Yo no estoy y estoy
Estoy ausente y estoy presente en estado de espera
Ellos querrían mi lenguaje para expresarse
Y yo querría el de ellos para expresarlos
He aquí el equívoco, el atroz equívoco.

Angustioso lamentable
Me voy adentrando en estas plantas
Voy dejando mis ropas
Se me van cayendo las carnes
Y mi esqueleto se va revistiendo de cortezas.

Me estoy haciendo árbol. Cuántas veces me he ido convirtiendo en otras cosas…
Es doloroso y lleno de ternura.
Podría dar un grito pero se espantaría la transubstanciación
Hay que guardar silencio. Esperar en silencio.


23.6.12

Bartlebys reunidos


Bartlebys reunidos

¡Ningún libro más por favor!
Partiendo de la premisa de que «toda literatura es la negación de sí misma», sembrada en la conciencia moderna por la mano de Hofmannsthal al hacer la Carta de Lord Chandos en 1902 –supuestamente dirigida a Sir Francis Bacon–, Enrique Vila-Matas se dedica a la noble tarea de rastrear a los numerosos escritores que en algún momento, no sé sabe porqué, fueron tocados por el mortífero Síndrome de Bartleby. El nombre del mal se debe al escribiente que protagonizara el ya famoso cuento de Hermann Melville –incluido en The piazza tales– el cual solía responder a lo que se le pedía: «Preferiría no hacerlo.»

Sabias palabras, y así las cosas, Bartleby y compañía es un homenaje a los escritores sin libro, o, en su defecto, a quienes renunciaron a seguirlos escribiendo tras haber publicado uno. He aquí un maravilloso y divertido manual de batalla para decirle no a la literatura.


¡Basta de escritores suicidas!
A pesar de lo fácil que sería seguir la pista de los autores que optaron por el suicidio, Vila-Matas comenta que en su «cuaderno de notas sin texto» –así lo denomina– «no va a haber mucho espacio para bartlebys suicidas, no me interesan demasiado, pues pienso que en la muerte por propia mano faltan los matices, las sutiles invenciones de otros artistas –el juego, a fin de cuentas, siempre más imaginativo que el disparo en la sien– cuando les llega la hora de justificar su silencio.»

La aclaración sobra en realidad, porque el compendio se disfruta lo mismo con sangre que sin ella. Y no faltan las historias trágicas, como la de Juan Ramón Jiménez en vísperas de recibir el Premio Nobel. Por aquellos días, su esposa, que venía arrastrando un cáncer, fallece tras un tratamiento radiológico excesivo que le quema la matriz, y él, furioso, revuelve los escritos que ella había ordenado durante años. O la de Guy de Maupassant, que al creerse inmortal se metió dos disparos de fusil en la sien y, todavía más loco, al ver que continuaba vivo, se tajó la garganta.

Bartleby y compañía, para qué negarlo, contagia buen humor. No se trata de un libro triste, de ésos que invitan al lector a las ideas funestas. Vila-Matas nos seduce con anécdotas curiosas, detalles que no dejan de ser entretenidos y le sacan la lengua al lector masoquista invitándolo a sonreír. Por ejemplo, nos cuenta la excusa que solía dar Juan Rulfo cuando le preguntaban porqué no había publicado nada más después de El llano en llamas y Pedro Páramo. Rulfo decía que se le había muerto el tío Celerino, que era quien le contaba las historias.


¡Shhh!
Cada escritor que deserta posee motivos originales –sorprendentes– para justificar su abandono a las letras. Unos apuestan por el ingenio y el humor (Oscar Wilde, Marcel Maniere, B. Traven). Otros se limitan a no escribir, a no pactar de nuevo con el lenguaje (Arthur Rimbaud, J. D. Salinger, Ludwig Wittgenstein). Casos insólitos no faltan. Clément Cadou, por ejemplo, renunció porque se creía un mueble. «Es que me siento un mueble, y los muebles, que yo sepa, no escriben», pretextaba.

La crisis literaria, ya prevista en la Viena del siglo XIX al aparecer la Carta de Lord Chandos, se agravó a partir de la Segunda Guerra Mundial. El malestar de la cultura, histórico, se generalizó con el ambiente bélico, «cuando el lenguaje quedó encima mutilado», y, claro está, el Síndrome de Bartleby se hizo peste.

Uno de los hallazgos conmovedores del libro es el poema de Paul Celan que se incluye al final de la nota 35, que dice:

Si viniera
si viniera un hombre
si viniera un hombre al mundo, hoy, con
la barba de luz de los
patriarcas: sólo podría,
si hablara de este
tiempo, sólo
podría balbucir, balbucir
siempre siempre
sólo sólo.

Páginas después, la nota 49 cuenta cómo Beckett y Joyce solían reunirse para intercambiar silencios, «Beckett en gran parte por el mundo, Joyce en gran parte por sí mismo», afirma el biógrafo del segundo, Richard Ellman.

Antesala de la melancolía, el Síndrome es un requisito indispensable para entrar al Club Silencio. Y representa, asimismo, un sano distanciamiento de la palabra escrita y sus nefastas consecuencias.

«Sólo en las regiones inferiores consigo respirar», decía Robert Walser, encogiendo los brazos y las piernas igual que un feto (esto último lo estoy imaginando). «No serás nada», se repetía Jules Renard, golpeándose la cabeza hasta sacarse un chorrito de pulpa roja. «Escribir también es no hablar. Es callar. Es aullar sin ruido», susurraba Marguerite Duras. ¡Dedos artríticos, Bartlebys anónimos, basta de letras!

Con sus notas sin texto, Vila-Matas dio en el blanco, nos puso un bozal en la boca, nos encerró. And the rest is silence, queridos lectores.

–Christian Núñez


Bartleby y compañía
Enrique Vila-Matas
Anagrama (serie Quinteto), 2002