26.12.14

TAVARES: una mancha negra



Gonçalo M. Tavares: una mancha negra
 
 Hanna se quitó primero la parte de arriba de la ropa y, tras haberse quitado el brasier, sus mamas se desplomaron de inmediato, flácidas, casi hasta el principio del vientre. Theodor estaba a unos dos metros de distancia y contemplaba su rostro con una sonrisa, al tiempo que, lentamente, se iba desnudando también, empezando por desabrocharse los botones de la camisa.

Sin embargo, una sensación desagradable empezaba a ganar fuerza en Theodor Busbeck. Bajo aquella luz clara, lograba al fin ver con nitidez a la mujer: el rostro que le había parecido perfecto y joven, visto con más atención y con la luz desenmascarando el maquillaje, era en realidad un rostro simple, sin defecto alguno pero con arrugas, algunas de ellas evidentes. Los senos, ahora sueltos, colgaban groseramente sobre la barriga, y los pezones eran casi inexistentes. Aquella mujer era mayor. Pocas horas atrás, Theodor le había echado veinte años, y ahora se le hacía evidente que quizá tuviera cincuenta. Y de pronto la mujer se quitó la falda y se bajó los calzones.

Theodor, que no dejaba de mirarla, sintió un escalofrío y dio un ligero paso atrás, casi imperceptible. Con el vello púbico totalmente afeitado, aquella mujer exhibía los genitales arrugados en lo alto de unas piernas blandas, flácidas, cuya carne casi parecía escurrirse, como si no fuese sólida. Y justo al lado de aquellos genitales obscenos, explícitos, rojos, viejos, una mancha. Una enorme mancha negra, más grande que la mano de Theodor, una mancha negra en la cara interior del muslo. Hanna sintió que su cliente miraba “aquello” y sintió la necesidad de decir:

—Una quemadura.

Pero Theodor Busbeck ya ni siquiera la escuchaba. Estaba aterrado.

 Gonçalo M. Tavares, Jerusalén