29.4.16

la melancolía de las brujas

La opera prima de Robert Eggers remite al Goya más puro.

Antes de los juicios de Salem, Nueva Inglaterra registró una serie de eventos en sus archivos judiciales que marcaron el inicio de aquella cacería. Durante esos años—de 1630 en adelante—, las historias sobre brujas iban de boca en boca hasta lo más profundo del bosque, y luego volvían a la comunidad, nutridas por nuevas y aberrantes imágenes. No era difícil que las supersticiones fecundaran un clima de fanatismo religioso, culpa y miedo. Si a eso añadimos la condición de extranjería que arrastraban los colonos europeos, ya tenemos el cuadro completo. Una pintura de claroscuros amargos, una escena de Goya—Saturno devorando a sus hijos, El aquelarre—son referencias convenientes. Cada diabólico gesto visual de La bruja (2015), opera prima de Robert Eggers, condensa el terror a lo que no podemos ver, a lo que brilla en la noche salvaje. Nunca un slogan tan sencillo—El mal adopta muchas formas—describió mejor una trama seca, infame como el movimiento espasmódico de una anciana bailando entre las rocas y el estiércol.

Escrito en inglés antiguo, el guión brilla con una eficacia sobrecogedora. Los diálogos remiten lo mismo a una tragedia isabelina que a los preciosos textos bíblicos—con alusiones al Libro de Job y al Salmo 23. La fe juega un papel fundamental en las decisiones de los personajes. De tal manera, que el puritanismo exacerbado que el padre de familia (Ralph Ineson) intenta transmitir a su enfermizo linaje termina por aislarlos y pudrir sus relaciones. Irreparablemente. Una madre resentida por la desaparición de su bebé recién nacido querrá culpar a Thomasin (Anya Taylor-Joy), su hija adolescente, para descargar inmensas frustraciones. Y esa bola de sebo y sangre irá creciendo como un tumor hasta volverse terriblemente incómoda. Un hermano menor que despierta a los primeros deseos sexuales, Caleb (Harvey Scrimshaw), encontrará en el bosque el remedio a sus instintos reprimidos. Y un par de niños—Mercy y Jonas (Ellie Grainger + Lucas Dawson)—que rezuman perversión freudiana nos enseñarán cómo hablarle sucio a las cabras. 

En La Bruja, el ello lucha por salir a la superficie. Y mientras más se niega su influjo, más poder acumula. Otra interpretación plausible ya la ha formulado Jex Blackmore, portavoz del Templo Satánico en Detroit, al decir que la historia es “una crítica a la sociedad teológico-patriarcal y una representación justa de las tensiones que transmite a una comunidad.”  Ira, resentimiento, líbido y culpa:  Eggers sabe cómo atraer sin mostrarnos demasiado. Sabe qué fibras tensar en el momento justo para afligir a los recelosos y a los incrédulos. Su método sobrio y formal no ha pasado desapercibido. En el Festival de Sundance/2015, obtuvo el premio como mejor director. Y no es para menos. Estamos ante una pieza contenida, una delicada manzana melancólica que en el instante perfecto revela su néctar venenoso. Uno muerde cuando ya no puede retroceder: Satanás es demasiado atractivo para resistirnos a sus encantos. La última escena, tribal y mística, tiene ya un sitio de honor en el jardín de las provocaciones inolvidables. Prohibido cerrar los ojos.


 Dios, muéstrame tu luz.


The Witch
Robert Eggers
A24, 2015