16.11.16

los últimos días de mark rothko


Con un lenguaje abstracto cada vez más austero, en la obra de Rothko descubrimos una intensa reflexión sobre la muerte.

Los artistas que prefiguran su epitafio son, también, profetas de su posteridad. De su inexorable apagamiento surgen las luciérnagas de nuestra fascinación absoluta. La obra, en estos casos, adquiere una semántica insólita, se torna símbolo. Palabra y metáfora, imagen y pensamiento, catedral y éxtasis. La muerte del artista cumple un propósito ritual. En el ámbito de las artes visuales, y particularmente de la pintura abstracta, resulta problemático precisar los motivos de inspiración o los temas concretos de una obra. No obstante, hay excepciones. Piezas ya consagradas—por el motivo que sea: su elocuencia muda o la austeridad de sus formas—parecen relatarnos sus orígenes a la menor provocación. Hablan y confirman. En el eco de sus trazos, de sus veladuras y contornos, el autor pronuncia las frases finales de su discurso.

El suicidio de Mark Rothko es un cuadro de precisión inusitada. Tras un divorcio y un episodio depresivo, el 25 de febrero de 1970 envolvió una cuchilla de afeitar en un pañuelo y decidió abrirse las venas. Para atenuar el dolor, consumió una dosis faraónica de barbitúricos. La noticia, en primera plana del New York Times, fue en realidad una nota a pie de página para un pintor que, pese a los reconocimientos y la gloria, era profundamente desdichado. Así lo explica David Miklos: «¿Qué confiesa Mark Rohtko cuando se corta las venas? Muchas pueden ser las interpretaciones de su gesto. Desde una perspectiva pragmática, puede hablarse de un fracaso existencial: a pesar de su éxito y de los millones apilados gracias a la venta de su obra, Rothko es infeliz, goza de mala salud y su vida íntima parece haber naufragado.»

Compuesta por 14 lienzos y un foro interreligioso en forma de octágono, la Capilla Rothko condensa el aura espiritual de su pintura y es, al mismo tiempo, una señal del cambio inevitable: el advenimiento del arte pop. Esta transición hacia un paradigma visual opuesto marca un ajuste de cuentas necesario. Thom Yorke criticaba con ironía que a los niños se les dijera que Rothko se había suicidado, pero era un pintor excelente. Sin embargo, ¿qué caso tendría negar las reflexiones funerarias que se refugian en sus composiciones? Era un pintor dolorosamente consciente de su finitud. Sin título, negro sobre gris (1969/1970) atisba el vacío que vendrá. Rojo sobre naranja (1968) evoca el sufrimiento y la hemorragia. Sus rectángulos anticipan ataúdes. El destino se dibuja en trazos muertos. La nada lo es todo. El espectador asiste a un servicio religioso.



Publicado originalmente en  FAHRENHEITº Magazine [09.11.2016]