29.12.17

canicas negras



Durante 2017, acumulé notas minúsculas y fragmentarias casi de forma incidental, sin propósitos metafísicos. Al releerlas, he descubierto una tenue melodía de fondo compuesta por el paso del tiempo, las relaciones familiares y cierta nostalgia de vivir en Mérida. Las publico ahora, justo en el momento más inútil del año, junto a los collages de la serie Living on the wrong side.



kant
De niño, compraba las revistas de Ripley Aunque Usted No Lo Crea! Mis valores morales vienen de ahí. Mi formación ética. Mi metafísica.


meatballs
Soñé que un tío quería ver una película de acción en familia, tipo Duro de Matar, de esas noventeras de acción delirante, pero en realidad era una porno, y lo regañaron.

Soñé que Peter Pan tenía otro empleo en Nintendo; era el doble de Link, hacía las escenas peligrosas y después viajaba en metro a Nunca Jamás.

Soñé que escribía una novela negra cuyo narrador—en tercera persona—es asesinado por el serial killer. Fue emocionante.

Soñé que llamaron del banco para recordarme que soy perecedero y debería contratar un seguro de gastos funerarios. Todo mientras me cepillaba los dientes.

Soñé que salía de viaje y terminaba en una feria de cómics hojeando especiales de los X-Men con prólogos de Fernando Pessoa. Y luego nos dirigíamos a Portugal en auto. Una señora rica vigilaba que nadie subiera los pies a sus preciosos asientos. Veía fotos de castillos tipo Castlevania, fortalezas de piedra y crepúsculos. Con todo, extrañaba Mérida. Anoche cené albóndigas.


pasodoble
Mi padre, que es contador, esperaba que yo lo fuera también. Un día le dije que sí. Al salir de la prepa, me inscribí a un curso para entrar a la Facultad de Contaduría. Ni siquiera pude terminarlo. Sentía un vértigo depresivo que iba creciendo como un agujero negro, a la altura del pecho. Una amenaza total. Me armé de valor y le dije: No, viejo, lo he pensado, será Filosofía. Casi se muere. Ahora, cada vez que voy al SAT, recuerdo esos días de confusión vocacional mientras lleno formularios en línea y siento que, en el fondo, los números siempre estarán ahí, esperando el momento preciso. Pero las letras les guiñan un ojo, y se alejan. Es un urovoros recurrente.


fireflies
Vine a trabajar a casa de mi padre, porque en mi casa no hay luz. La CFE tardó 24 horas en decir: No es problema nuestro, llamen a su electricista. El conductor de Uber transitó una Mérida fangosa. Ciudad blanca de lodo negro. Me bajé en otra calle, desorientado, y al abrir mis redes sociales tuve la sensación de que podría estar sin ellas otro par de días. En el anonimato, sin opiniones mediáticas ni stalkers melindrosos, sin memes ni artivismos feministas. Quisiera repetirme una frase como mantra. La que alguna vez dijo Robert Walser: Solo en las regiones inferiores consigo respirar. Pronóstico del tiempo: Las lluvias van a seguir hasta nuevo aviso. Lo sé ahora, con el Internet de mi lado. Extrañaré los días de oscuridad, sencillos y domésticos, como vendedores aburridos que miran una falda roja en medio de la plaza. El hastío es la Nueva Jerusalén.






polaroid
Monjas con pizza. La última imagen poderosa de hoy.


micrograma
Ser como Robert Walser: silencioso, microscópico, marginal.


yoga
Paseo de las Fuentes. Días de Muertos. Suenan las campanas. No hay nadie cerca.


coworking
A las hormigas les gustan los libros viejos.´l, ﷽﷽﷽﷽﷽﷽os grandes como Kafka, que era cinco años menor que literatura contemporonde no sea fpariciedas. Ella cogito de una Vi


schreber
Fui a visitar a mi padre. Son los mejores días: cuando hay tiempos muertos. Hace ya más de un mes que no lo veía. Me ofreció un sándwich, y le ofrecí una barrita de cereal. Volvemos al trueque primitivo, en pleno siglo 21. Platicamos cerca de dos horas, en su oficina de contador, de forma ininterrumpida, como en tiempos remotos. Salí radiante al sol invernal de Mérida, y continué mi camino. Yo solo sé contar nubes, de esas inmaculadas, que a veces quedan completamente negras, y me persiguen por doquier.


clinic
Un padre cuida de su hijo en fase terminal. Se queda dormido. Cuando abre los ojos, se halla en un bosque dentro del cual hay un laberinto que debe recorrer para salvar a su hijo enfermo. Dicho laberinto ha sido dibujado por el niño en un cuaderno fantasma, y está lleno de monstruos relacionados con sus miedos, complejos, culpas y traumas. El padre irá enfrentándolos hasta descubrir que, probablemente, nunca pueda despertar.





  
ganondorf
A veces, cuando percibo que vienen grandes cambios, conscientes o ajenos a mi voluntad, la resonancia de cierta música pone el tono correcto en un instante de lúcida impermanencia.

A veces, cuando ya es demasiado evidente la repetición de los ciclos inútiles, de las rocas que suben y bajan mil veces, y Sísifo decide abandonar la montaña, solo cierta música transforma el hastío en un desierto soportable.

A veces ni siquiera el desierto, la imagen avasalladora del desierto físico, con su arena y nubes y vacío mineral, nos pone a salvo, sino solo ciertos sonidos que reemplazan al silencio, ese dragón que vuelve demasiado pronto. 

Voy despacio que llevo prisa, dice mi padre. Voy deprisa en sentido contrario, le respondo. Hasta el castillo de Hyrule se cansa a veces. Todo se cansa de todo en un movimiento rojizo y crepuscular.


180°
Sábado después del mediodía.
El Seat rojo en el que viajaba con mi madre y una tía recibió un impacto imprevisto mientras rodeábamos la glorieta del Tribunal Superior de Justicia. Mi madre logró maniobrar y dimos un giro de 180 grados. De lo contrario, los daños habrían sido mayores.
La conductora del otro vehículo tenía intenciones de huir, pero no pudo hacerlo. El faro izquierdo de su Chevy se había desprendido; lo arrastraba como un ojo fuera de su órbita. Mi madre salió de inmediato y le reclamó. Mi tía estaba completamente pálida; le faltaba el aliento.

Policía. Cruz Roja. Ajustadores. Tres horas y media de negociaciones con una mujer que negaba su responsabilidad. Afirmó primero que había respetado el señalamiento de ceda el paso. Luego argumentó que la habíamos rebasado. Por último, dijo que yo era el conductor.

Por momentos, la situación me pareció típica de un relato de Cortázar, luego pensé en Saramago, más tarde le vi posibilidades para una novela titulada Mi madre conduciendo, donde presente, pasado y futuro se fundieran en un solo instante, el de vernos en cámara lenta volteándonos
con el cielo nublado al fondo.

No era ficción. No era poesía. Simplemente íbamos a interrumpir nuestro retorno a casa de forma estúpida, sin final abierto.


gift
Mi madre cumple años mañana. Los festejos comenzaron hoy mismo. Fuimos de compras. El cielo nublado y nosotros de compras. Desayunamos en familia y, arriba, el cielo negrísimo. Recorrimos dos plazas. Afuera, las tinieblas cubrían ciertas nubes. En escala de grises, cada vez más oscuras. Nos detuvimos a comer con mi hermano y su novia. Y nunca llovió. Mi madre alegre, el cielo turbio, pero nunca llovió. Más tarde pizzas y pastel, anécdotas y un video sobre las galaxias que jamás conoceremos, la vida en otra parte. Felicidad en medio del cosmos incomprensible. Bromas y agujeros negros. Los pronósticos auguran tiempos contradictorios.


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´l, ﷽﷽﷽﷽﷽﷽os grandes como Kafka, que era cinco años menor que literatura contemporonde no sea fpariciedas. Ella cogito de un

Canicas negras
Edición de textos: Christian Núñez
Imágenes: Mi madre conduciendo. Fotografía S/F
Lost. Mixta s/papel algodón, 2017, 28x2cm
Aloha. Mixta s/papel algodón, 2017, 21x28cm
Flow. Mixta s/papel algodón, 2017, 43x27cm
The Reader. Mixta s/papel algodón, 2017, 28x21cm
Invisible Brass Band. Mixta s/papel algodón, 2017, 21x28cm
Distance. Mixta s/papel algodón, 2017, 28x21cm
Canicas negras. Fotografía S/F