16.4.12

La importancia de llamarse Damien



La importancia de llamarse Damien

Por el amor de Dios
Sí, es uno de los hombres más ricos del planeta. Artista británico, además. Y la Tate Modern de Londres le hizo una retrospectiva que cierra hasta el 9 de septiembre. Tiene 46 años y ha producido piezas irritantes, misteriosas, con un siniestro mood escatológico. Del horror a la ironía, del rictus a la carcajada. Tiemblan los dioses cuando las moscas penetran en la carne. Tiemblan los hombres cuando los gusanos carcomen sus cuerpos hediondos. Damien Hirst sobrevive. Le ha ido bien, eso es digno de celebrarse. Junto a Cindy Sherman, se perfila como uno de los artistas contemporáneos mejor vendidos e influyentes.

Indagar sobre los orígenes de Hirst nos conduce a una observación, un viejo cliché psicológico. A saber, el de que no es difícil que su ambición de llegar alto sea producto de haber vivido bajo condiciones duras, con un padre mecánico que abandonó a su madre cuando él tenía doce años. A partir de ese momento, inicia una carrera de enfant terrible que lo llevará a estudiar en dos universidades distintas, a trabajar en la morgue (experiencia clave en su discurso fúnebre) y a consumir alcohol y una amplia variedad de drogas. Excesos y privaciones que, de cierto modo, lo empujaron al éxito. De abajo hacia arriba, como un zipper.

Señor psicólogo: ¿Damien Hirst buscaba la celebridad escandalosa para compensar sus complejos? ¿Así entendemos mejor porqué decide organizar una muestra titulada Freeze cuando era estudiante del Goldsmiths Art College, fuera del circuito académico? ¿O, más tarde, el que se dedique a diseccionar becerros (Mother and Child Divided), sumergir en formol a un tiburón tigre (The Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living), vestir de diamantes una calavera (For the Love of God), encerrar cientos de moscas en una gran caja de cristal con una cabeza de ternera (A Thousand Years) o subastar su propia obra en Sotheby’s?

Este hombre no conoce límites.


El arte de medrar
Con su atrevimiento, en los años 90’s Damien Hirst logró captar la atención del «artholic» Charles Saatchi y rápidamente subió varios peldaños de fama, prestigio y poder. Conocido ya como uno de los Jóvenes Artistas Británicos, fue ascendiendo en la jerarquía del arte. Hoy nadie duda que está en lo alto, aunque todavía exista recelo y muchos detractores lo vean como un oportunista. Digamos un Marilyn Manson apoteósico, un Dalí excrementicio, espumeante. Para hacerse una idea, su fortuna se estima superior a los mil millones de dólares. Y eso a cualquiera le enojaría. ¿Qué artista no querría darse un tiro pensando en lo que nunca podrá tener, ni soñando?

Hace dos años, Hirst comentaba en una entrevista concedida a Euronews que el arte no se usa para hacer dinero, sino que primero llegan las ideas y aquél permite que pasen cosas. Declaremos algo en su defensa: es un artista angustiado por la muerte. En la misma entrevista señalaba: «Samuel Beckett dijo una vez que la muerte nos obliga a no tomarnos ni un solo día libre. Me encanta esta cita. Nunca puedes planear cosas porque nunca se sabe qué puede pasar. Pero a mi me enseñaron, sobre todo cuando era pequeño, a afrontar las cosas que no se pueden evitar. En vez de callarse, hay que enfrentarse a ellas. Es algo normal, pero a nadie le gusta.»

Como tampoco nos gusta ver dinero en manos ajenas. Por el amor de Dios.
–Christian Núñez


 
Nota publicada en la columna EL MACAY EN LA CULTURA del Diario de Yucatán [16.04.2012]