31.12.16

¡se acabó el 2016!


 
Hola mamá, soy la Parca
Este año me dediqué a leer todo lo que no había leído. Vi muchas series. Descubrí que el perreo no es tan malo. Comencé mis colaboraciones con el conejo de Bélgica. Hablamos de los interesantes cambios que sufren los personajes principales de True Detective. Del sonido muy pegajoso y agradable que The Internet encapsuló en Ego Death. Ahondamos en las tribulaciones personales de Frank Ocean. Y exploramos dos maneras de lidiar con el dolor, sugeridas por Jean Marc Vallée. Se nos fueron Ziggy Stardust y la Princesa Leia. Y nos quedamos con un presidente bocón en el país vecino. Pero desde nuestra trinchera seguiremos resistiendo, escribiendo nuestra segunda escuela: la cultura popular. Salud y feliz año nuevo.

—José Luis Bojórquez


Christmas by Chris
Diciembre no me fascina, pero este fin de año se está desvaneciendo rápidamente. En los últimos días vi dos películas con personajes jóvenes y confundidos: The Tribe y American Honey. También regresé a The Babadook y estuve a un paso de enamorarme de Midna, la Princesa Crepúsculo de Zelda Twilight Princess HD. Comprendí que ya no necesito más videojuegos de WiiU, porque pronto viene el Switch. Ojalá que Nintendo no defraude. Me acerqué a las artes ocultas leyendo Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez—excelente libro de terror urbano—y obtuve un máster en frijoles con chipotle y miel (ingrediente secreto). Le obsequié una bolsa de dulces a mi abuela de 90 años, lúcida y efervescente, y escuché la discografía completa de Moonspell. Brindo por eso. 2017: Ya estoy listo.

—Christian Núñez

 
Infinitas gracias, lectores.
¡Nos vemos en 2017!




legado de moonspell

 
Y seguí la cronología de la extinción y del infierno.
Thomas Bernhard, El aliento

Memento mori

Todos tenemos una hermana muerta contemplando el vacío. Extinct, undécimo álbum de estudio de Moonspell, fue lanzado en marzo de 2015, con una espectacular portada de Seth Siro Anton, quien repite colaboración tras el doble Alpha Noir/Omega White de 2012. La diabólica figura femenina me proyectó mentalmente a Thanatomorphose, primer largometraje de Éric Falardeau [una mujer se pudre a pasos agigantados, en completo aislamiento, mientras la grieta de su habitación se torna simbólicamente oscura; no es un filme conversacional, exige estómagos entrenados].

Si en el anterior material Moonspell establecía una división cartesiana entre temas densos/ominosos y piezas de un carácter melódico/estilizado, Extinct opta por una vía intermedia, muy aristotélica, con ruido bien producido y voces guturales, riffs vigorosos, orquestación exótica de tintes orientales y estructuras más accesibles. Lo cual no significa que sea una placa menor, de fácil digestión. Un rasgo que caracteriza el talento de los metaleros lusos es que cada nueva entrega exige una energía emocional específica. Como la advertencia de la Divina Comedia:  Lasciate ogni speranza voi che entrate.

Conectad los audífonos.


Mutación y disonancia

Fernando Ribeiro, líder de la agrupación y una de las mentes más afiladas del escenario gótico, es poseedor de un instinto impredecible. Moonspell no solo brinda posibilidades sonoras infinitas, sino un sentido del riesgo y la mutación intachables [véase la alineación en Internet]. A sus primeros trabajos—del territorial Wolfheart (1995) al melódico Sin/Pecado (1998), transitando por la pureza instintiva del Irreligious (1996)—le seguirá The Butterfly Effect (1999), perla incomprendida de sonido experimental y sintetizadores vehementes, inspirada en la transición al nuevo milenio.

En el intersticio, sobresale el EP 2econd Skin de 1997, “una manera de representar la metamorfosis de la banda”, según Ribeiro.

Darkness And Hope (2001) deja eso atrás y vuelve a la carga con un repertorio bastante homogéneo, que les permitió llegar a nuevas audiencias, reconfigurarse. Abundan temas deliciosamente oscuros cuyo propósito parece no ser otro que acelerar nuestras pulsaciones cardíacas—el homónimo que abre el telón de terciopelo rojo, la galopante Firewalking y la surrealista/progresiva Than The Serpents In My Hands. Como curiosidad melómana, la edición especial del álbum nos regala tres covers: Os Senhores Da Guerra (Madredeus), Mr. Crowley (Ozzy Osbourne) y Love Will Tear Us Apart (Joy Division).

Moonspell ha erigido su templo de adoración a punta de black metal, death metal, gótico y elementos épicos. «A partir de ahí comenzamos a experimentar—explica Ribeiro. Sin embargo no tengo una etiqueta apropiada para Moonspell a pesar de conocer perfectamente nuestras influencias. Hay gente que nos denomina moon metal o vampire metal [risas]. Me agrada el apelativo dark metal porque es simple y es lo que es. No me simpatiza gothic metal porqué se te viene a la cabeza una chica cantando con unos tipos con guitarras pesadas detrás.»


Raíces y cenizas

Una valoración de conjunto exige cierto tipo de afirmaciones clínicas. Ninguna muerte es idéntica a otra. Los modos particulares de la agonía resultan inagotables. Precisamente, The Antidote (2003) mide victorias y sacrificios. La voz de Ribeiro, de insustituible gravedad melódica, transita por una madurez radiante. Aunque el resultado es irregular, el sexto álbum de la banda se inspira en un libro del escritor portugués José Luís Peixoto, y finaliza el contrato con Century Media. Así, el sencillo Everything Invaded se convierte en el estandarte sonoro de la sexta etapa. Vida, muerte, resurrección—los ciclos se renuevan.

En cuanto a los detalles técnicos, tanto Darkness And Hope como The Antidote fueron producidos por el finlandés Hiili Hiilesmaa. Comparten genética, savia nocturna. A partir de Memorial (2006), regresa Waldemar Sorychta, pieza clave de los tres primeros discos. Moonspell ha firmado con la alemana SPV y obtiene ese mismo año el premio a la Mejor Banda Portuguesa en los MTV Europe Music Awards. Un disco que reclama sus raíces. Las voces desgarradas, alternándose con transiciones instrumentales, engendran atmósferas tan destructivas como tentadoras—In Memoriam, Sons Of Earth, Proliferation, Mare Nostrum.

Ribeiro: “Nos fuimos a donde nos dieron mejores condiciones, mejores perspectivas, y SPV fue el sello que más creía en nosotros.”

The Great Silver Eye, recopilación de 2007, pone punto final con Century Media y ordena cronológicamente el legado de Moonspell. La selección puede apreciarse como un centro gravitatorio del metal portugués. Para 2007, llega una sorpresiva revisión de Under Satanæ, primer demo atronador que maquetaran en sus orígenes. Fulgores de folk y black metal contaminan la frecuencia sonora, de tono arabesco, y ponen sobre la mesa las cartas que Ribeiro jugaba desde el principio. La producción de Tue Madsen pule el diamante de los primeros tiempos, antes que el lobo fuera inmortal.

Madsen también se encarga de supervisar Night Eternal (2008), novena placa del clan licántropo. Una mezcla de furia y belleza, según Ribeiro. A propósito de su éxito, el cantante señalaría: “fue un álbum que hicimos rapidísimo, y funcionó muy bien trabajar bajo presión, y trabajar más con el reloj sonando.” En Scorpion Flower, la colaboración de Anneke van Giersbergen, ex vocalista de The Gathering, introduce un dramatismo brillante, lo mismo que el coro en First Light. Death metal nocturno y poderoso como un cine abandonado a causa de un incendio. Los demonios aletean, repiten: Ashes to ashes, dust to dust.


Apocalipsis al piano

Editado bajo el sello Napalm bajo la producción del reincidente Madsen, Alpha Noir/Omega White expresa una dualidad equívoca. En la primera parte, los registros vocales/volcánicos de Fernando estallan. Escuchamos growls a diestra y siniestra, riffs viscerales, invocaciones dementes. Axis Mundi, Lickanthrope, Versus ponen mucha carne en el asador. Y de pronto, una inesperada vuelta de tuerca. El segundo álbum, melódico y atmosférico, maniobra de forma contraria. La energía fluye menos ominosa. Algunas piezas no encajan del todo. Fireseason, Herodisiac, A Greater Darkness podrían ser las mejores. El resto genera dudas.

Extinct hace reset por enésima ocasión y consigue valiosos acordes. Moonspell reflexiona sobre la desaparición de la materia orgánica, la especie humana y los compañeros caídos adoptando un arsenal renovado. Breathe (Until We Are No More), la canción homónima, Medusalem, The Last Of Us, The Future Is Dark y La Baphomette (epílogo en francés que se desmarca de otros prodigios que han grabado hasta el momento) nos empujan el rostro contra la muerte para verla de cerca, saludarla con gusto, darle un beso: fornicarla. La lección de Beckett—Hay que seguir, no hay cómo seguir, voy a seguir—se transforma en un mantra eterno.

Moonspell debería musicalizar todos los funerales.




 
DISCOGRAFÍA
Wolfheart (1995). Century Media Records.
Irreligious (1996). Century Media Records.
Sin/Pecado (1998). Century Media Records.
The Butterfly Effect (1999). Century Media Records.
Darkness And Hope (2001). Century Media Records.
The Antidote (2003). Century Media Records.
Memorial (2006). Steamhammer Records.
The Great Silver Eye (2007). Century Media Records. [Recopilación]
Under Satanæ (2007). Steamhammer Records.
Night Eternal (2008). Steamhammer Records.
Alpha Noir/Omega White (2012). Napalm Records.
Extinct (2015). Napalm Records.


29.12.16

ritos tribales


El amor y el odio no necesitan traducción.

Sergey (Grigoriy Fesenko) llega a un internado especializado para personas con discapacidad auditiva, enfrentándose a un grupo hegemónico de estudiantes abusivos, que organiza su propia mafia con reglas injustas y jerarquías de poder. The Tribe, primer largometraje del ucraniano Myroslav Slaboshpytskiy, no contiene traducciones, subtítulos ni voces en off. Con un reparto de actores sordos no profesionales, es una victoria social para esta comunidad, según comentarios del director. Durante el visionado de la película, seremos testigos de un montaje que tensa sus fibras dramáticas sin perder orientación documental, admirable debido a la fuerza con la que denuncia un sistema corrupto ejecutado por jóvenes marginales, cuyo expediente abarca prostitución, pandillerismo, bullying, robo, abortos clandestinos y violaciones perturbadoras. Cine controvertido para ver en silencio, reventando burbujas de plástico.

A cierta altura del tour, el guión desafía la escala moral de los espectadores. Sergey negocia con el conductor de un trailer en plena noche invernal, antes de entregarle a Anya (Yana Novikova) como prostituta inexperta. Horas después, de regreso al instituto, la convence para tener sexo con él. La chica parece negarse, acepta finalmente; ambos se desnudan en una bodega poco iluminada. Al principio se rehusa a besarlo y, en un gesto romántico, solo tras el orgasmo mutuo accede. Sergey prende un cigarrillo: el proxeneta se ha enamorado. The Tribe requiere miradas maduras y amplio criterio. Reparte minas en todo su territorio—como Ulrich Seidl—, no hace concesiones argumentales, no admite sobornos lingüísticos y encuentra en el silencio un impresionante recurso de expresividad. El vértigo de los últimos minutos transmite un ritmo diabólico. El poder de la palabra dobla sus rodillas ante la imagen. Una tragedia total.

La ópera prima de Slaboshpytskiy ha recibido 43 reconocimientos, entre ellos tres premios en la edición 2014 del Festival de Cannes, incluyendo el de Mejor Película durante la Semana de la Crítica.


The Tribe. Myroslav Slaboshpytskiy. Arthouse Traffic, 2014.


28.12.16

teoría de los monstruos



¡Baba Dook Dook DOOK!


En Cómo leer a Lacan, Slavoj Žižek explica que los sueños cumplen una extraña función que pone en evidencia la verdad que ocultan nuestros actos, la aletheia de nuestro inconsciente: No es cierto que los sueños son para aquellos que no pueden soportar la realidad; por el contrario, la realidad es para aquellos que no pueden soportar (lo real que se anuncia en) sus sueños. Ésta es la lección que Lacan extrae del famoso sueño que Freud cuenta en La interpretación de los sueños del padre que se queda dormido en el cuarto contiguo donde reposa su hijo muerto. El hijo se le aparece en sueños y pronuncia el terrible reproche: “Padre, ¿acaso no ves que estoy ardiendo?”.

La opera prima de Jennifer Kent apela no solo al lenguaje onírico, sino a una tradición de terror psicológico que se remonta a la trilogía de los departamentos filmada por Roman Polanski hace ya varias décadas. Amelia (Essie Davis), una viuda aparentemente dulce y amorosa, tiene que hacerse cargo de Samuel (Noah Wiseman), su hiperactivo e insoportable vástago. Bastan solo 10 minutos para que el espectador perciba la tensión creciente, el estrés postraumático y la relación amor-odio que ambos personajes se profesan. Comparten no solo la muerte de Oskar (un elíptico Ben Winspear), sino las heridas emocionales que dicha pérdida les ha heredado. Ese duelo, inexpresable a través del lenguaje verbal, se condensa simbólicamente bajo la forma de un libro pop up de elegantes tapas rojas: el sombrío Mister Babadook.

Samuel se autonombra cazador de monstruos—utiliza una peligrosa ballesta de dardos para combatir enemigos imaginarios—, y se mete en problemas a la menor oportunidad. Su madre, cansada de afrontar acusaciones en la escuela, castigos sociales y una educación doméstica fallida, decide encerrarse con el niño y una caja de somníferos. Justo entonces, la historia se vuelve una salvajada. William Friedkin, director de El exorcista, comentó en su cuenta de Twitter: Nunca he visto una película más aterradora que esta. Los asustará tanto como a mí. Mister Babadook se alimenta del instinto maternal y la pulsión destructiva a partes iguales: una sublimación aterradora del duelo, los deseos sexuales reprimidos, y el odio culpable hacia el pequeño huérfano. Pero estas cosas hay que verlas en vivo. Nada como un buen susto en primera persona. 


The Babadook. Jennifer Kent. Shout Factory!, 2014.


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27.12.16

américa para los millennials


Adiós, casa.
 
En el universo mental de Donald Trump, las oportunidades laborales de la población norteamericana han sufrido un duro golpe debido a la presencia de inmigrantes mexicanos. Su discurso estratégico, dirigido a un target definido—50 millones de clasemedieros furiosos—le valió votos de simpatía y la victoria electoral. Sin embargo, el dato es impreciso. Gran parte de la juventud estadounidense ya se encuentra en una situación vulnerable, marginal y adversa, independientemente del problema de los inmigrantes. El sueño americano irradia fulgores neón, pero ellos jamás podrán alcanzarlo. Son millennials sin estudios que huyen de casa porque no tienen otra alternativa, en un gesto puro de struggle for life. Practican ritos tribales de pertenencia al grupo y oyen a Rihanna mientras fuman un porro, viven una ilusión de libertad anárquica, desechable, y bailan hasta el amanecer.

Los outsiders del sistema que la publicidad retrata de modo reiterado, con altas dosis de rebeldía hormonal, tatuajes y piercings, protagonizan American Honey (2016), cuarto largometraje de Andrea Arnold. A lo largo de casi tres horas, que pasan rapidísimo, la directora inglesa nos contagia el entusiasmo de una banda de chicos que viajan en una camioneta, vendiendo suscripciones de revistas en los suburbios ricos de Estados Unidos. A ellos se une Star (Sasha Lane), una adolescente que abandona su hogar, convencida por Jake (Shia LaBeouf), para emprender un viaje de iniciación hacia ninguna parte. La película ganó en el pasado Festival de Cannes el Premio del Jurado, y plantea interrogantes agudas sin caer jamás en una visión moralista o tendenciosa. Arnold cuida mucho el tono, envolviéndonos en un drama de tinte documental más cercano a Los idiotas de Lars von Trier que a Kids de Larry Clark.

Por otro lado, la producción es excelente. El soundtrack contiene varios temas que dialogan con las celebraciones improvisadas de los chicos y la fotografía captura hermosos paisajes del territorio norteamericano (un oso bosteza frente a Star). Otro de los rasgos que merecen atención es que el reparto está conformado casi en su totalidad por actores no profesionales, cuyas interpretaciones demuestran un verismo contundente. El ángulo del filme acentúa los inestables vínculos que los personajes tejen para sentirse parte de algo ante la imposibilidad de pertenecer a una familia. Una mirada estrictamente vitalista, que recupera la espontaneidad confusa de una generación que venera a Darth Vader y duerme en moteles. Road movie acerca de los lazos rotos en medio de futuros inciertos, American Honey celebra la juventud sin enjuiciar o prescribir soluciones. Y eso se agradece. A todas luces, los muros salen sobrando.



American Honey. Andrea Arnold. A24/Universal, 2016.



el horror y las llamas



La realidad es una pesadilla.

 
Mariana Enríquez (Buenos Aires, Argentina, 1973) publica Las cosas que perdimos en el fuego bajo el sello Anagrama a principios de 2016. El volumen reúne 12 relatos de terror urbano para lectores intensos. Con una eficacia narrativa excepcional, sus tramas engullen la nota roja, el oscuro pasado argentino, la tradición anglosajona del relato de terror y los problemas sociales. A través de referencias propias del género—de Lovecraft a los serial killers, pasando por brujas hipermodernas y niños deformes—, las historias nos devuelven un reflejo incómodo del mundo que habitamos. A menudo, los personajes alimentan odios, miedos, angustias y frustraciones que se acumulan en el ambiente hasta provocar lluvia ácida. Y cuando pareciera que las cosas no pueden ir peor, el pánico entra en escena, con el cinismo que lo caracteriza.

La prosa de Enríquez ahonda en situaciones cotidianas que poco a poco se desfiguran. Emplea diálogos y modismos convenientes, introduce descripciones implacables sobre las personas, retrata de forma lúcida el agotamiento de las relaciones humanas. Su terror se cruza con los infiernos psicológicos de parejas inestables, que se flagelan día y noche, hartas de sí mismas. Los hombres miran abstraídos el curso de la acción desde su orilla distante. Las mujeres viven atormentadas por malas decisiones, culpas y descuidos que más tarde pagarán caro. Hechos aparentemente inofensivos desembocan en una ciénaga opaca y pestilente, que produce asfixia. La aparición de lo sobrenatural no siempre es necesaria, pero resulta irreversible cuando se manifiesta. Arrasa en todos los planos: físico, psicológico, emocional. Es una bestia del inconsciente colectivo.

El chico sucio provoca fuertes reacciones a la altura del estómago. Funge como puerta maldita hacia un barrio peligroso donde perder la cabeza es lo de menos. Pablito clavó un clavito disecciona el monólogo de un guía turístico que conoce al detalle la biografía de Cayetano Santos Godino, el asesino más famoso de la crónica policial argentina. Tela de araña explora los sinsabores de una relación de pareja en vísperas de su disolución, atravesada por historias de camioneros y desapariciones que nadie reclama. El patio del vecino rinde homenaje a los mitos de Cthulhu, y es uno de los cuentos más impactantes de la serie, con un final digno de película gore. Bajo el agua negra continúa añadiendo capas de horror cósmico. En Las cosas que perdimos en el fuego, la quema de brujas ha sido reemplazada por hogueras feministas en el tren subterráneo.

Los entrecruzamientos con la crónica se acentúan, pero también hay una clara intención de reconfigurar ciertos tópicos del género, asignándoles una semántica distinta. La dictadura argentina es un fantasma que ronda por estos paisajes. Los barrios periféricos ocultan otro tipo de aberraciones: narcotráfico, miseria, brujería, maltrato infantil. Bajo las aguas de Villa Moreno, el Mal eructa que la vida está viciada. La inocencia simplemente no existe. Mariana Enríquez lo grita en sus ficciones.


En los sueños no se siente dolor.



Las cosas que perdimos en el fuego (2016). Mariana Enríquez. Anagrama, Colección Narrativas Hispánicas.


13.12.16

dos formas de lidiar con el dolor



En su filmografía reciente, Jean-Marc Vallée reflexiona sobre la pérdida y el reencuentro.

Duelo & frivolidad
Un asesor de finanzas en el asiento del copiloto de un automóvil. Viste de traje. Su esposa conduce. Hablan de la gotera que tiene el refrigerador. Bromean. Sonríen. De la nada, los golpea brutalmente un vehículo. El hombre grita asustado. Las bolsas de aire salen de imprevisto. Vidrios rotos. Flashbacks. La mano de su suegro despierta al hombre que duerme en la sala de espera de un hospital. Se dirige a urgencias. Una camilla vacía. Sangre. Manchas rojas en el piso. Una bata tirada. El hombre deambula por los pasillos. Pero no llora. Inserta unas monedas en una máquina de dulces. El paquete se atasca. Disculpe, la máquina se tragó mis monedas, dice. El recepcionista responde indiferente. No tenemos llaves de la máquina. El hombre le toma una foto a la información de la distribuidora de la máquina. Ojos desorbitados. El funeral de su esposa. Practica su llanto frente al espejo. Es inútil. Se encierra en un cuarto a redactar una carta para la distribuidora de las máquinas de dulces. Esta misiva se vuelve un pretexto para darle voz a la mente de Davis. Nos describe su rutina. Levantarse por la mañana. Hacer cardio. Rasurarse. Nos cuenta de su amigo del metro, al cual le miente acerca de su ocupación. Demolition (2015) despega a partir de aquí. La frescura de la historia se ve solamente eclipsada por la frivolidad de Davis. Quizás reforzada por la interpretación de Jake Gyllenhaal y esta fijación que tiene Hollywood por apoyarse en los mismos guapitos de siempre. No podemos dejar de mirar con escepticismo al personaje principal: un adulto joven adinerado, con esposa, casa y trabajo perfectos según los estándares sociales. La muerte de su esposa, por más trágica que sea, le sirve para darse cuenta de su letargo y, eventualmente, recuperar las riendas de su existencia. La vida como legumbre. La tragedia como despertador. Nunca es tarde.




Mantras en clave masoquista
Wild (2014) está basada en el libro de Cheryl Strayed y el recorrido de casi 4 mil kilómetros que realizó a través del sendero Pacific Crest, que va de Mexicali a Vancouver. El viajo largo y doloroso de la protagonista no tiene sentido definido; se inspira vagamente en una promesa. La mochila que carga es proporcional a los asuntos sin resolver que lleva en la cabeza. Y a los cuales se tiene que enfrentar, al mismo tiempo que sortea los obstáculos del recorrido.

La protagonista tiene dos enemigos. La naturaleza y ella misma. Durante el trayecto, su relación con ambos va cambiando. El itinerario le ayuda a reconciliarse con el medio salvaje y sus demonios internos. El problema es que estas historias ya las hemos visto. La pregunta sería más bien: ¿Propone el director, Jean-Marc Vallée, alguna alternativa frente a las típicas historias de redención? Veamos.

En este par de filmes, Vallée utiliza la edición de sonido e imagen para colocarnos dentro de la mente de sus personajes. Su estrategia imita la forma en la que opera nuestro cerebro. Asimismo, la manipulación y el tratamiento del sonido sirven para enfatizar hacia donde está dirigida la atención de los personajes. Un par de ejemplos: En Demolition, cuando Davis oye a su suegro, nosotros escuchamos esa voz a un volumen mínimo, denotando la poca importancia que este le da a las palabras de su interlocutor. En Wild, la canción de Portishead sirve como mantra/murmullo para acompañar los flashbacks de Cheryl. Tales decisiones hacen que generemos empatía por los personajes, porque nos recuerdan a nosotros mismos y la manera en la que opera nuestra subjetividad. 

Más allá del cliché sobre la búsqueda de uno mismo en la naturaleza o la odisea del yuppie que revalora su vida tras un accidente—lecciones de autosuperación innecesarias—, lo rescatable de estas películas es el tratamiento del director y la forma en la que nos invita a cohabitar la psique de sus personajes a partir de la pérdida y el reencuentro.



Demolition. Jean-Marc Vallée. Fox Searchlight Pictures, 2015.
Wild. Jean-Marc Vallée. Fox Searchlight Pictures, 2014.